Cavilaciones en torno a mis manos

Explorando los archivos fotográficos de la familia, encontré una foto que me encanta. Esa foto reúne a las mujeres más importantes de mi vida. Mujeres a las que me unen lazos consanguíneos en línea materna; pero, más que eso, puñados de recuerdos y un amor inmenso.

En ella aparecen, de izquierda a derecha: mi mamá, mi tía Reyna, mi Nina Alicia, mi cría de meses, en el regazo de mi Nina, y, en la orilla derecha, mi abuelita materna, Doña Reyna (q. e. p. d.). Todas, excepto la cría, claro, miran directo a la cámara (que soy yo) con las miradas más amorosas y alegres.

Observando con detenimiento y a detalle, llegué a las manos de mis dos tías, hermanas mayor y menor de mi madre, respectivamente. La memoria me llevó hasta la infancia, donde sus manos, asombrosas siempre… y luego recordé, también, las manos de mi abuelita y las de mi mamá.

Y entonces entendí que, justo, algo que no heredé de mi línea materna fueron las manos grandes. Mi abuelita, mis tías y mi madre (incluso mi cría, 18 años después) tienen las manos grandes, las uñas les crecen gruesas, fabulosas. De niña me embelesaba verlas pintárselas con esmalte de color. El rojo siempre fue mi favorito.

También, siempre me llenó de asombro su movimiento: verlas mover las manos al hablar. Con sutileza si contaban secretos; enérgicas, cuando el mensaje era determinante; y con algarabía, al evocar memorias graciosas.

Ninguna tiene las manos idénticas a las otras... Pero, todas llevan una fuerza infranqueable, que admiré desde la infancia. Por ellas aprendí que podemos hacerlo todo. Y bonito y con amor.

Yo, de 6 meses aproximadamente, con Doña Reyna… sosteniendo su mano, como hasta ahora, en mi corazón.

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Duelo familiar